Abajo compartimos el juicio del jurado del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística acerca de las obras finalistas.

Báez, Cledia Teresa (Buenos Aires – Argentina). Alas blancas.

La voz lírica que resuena en los poemas de este libro afirma su vocación extática, su deseo de salir de sí para ir a la comunión con lo divino en medio de la intemperie de los fenómenos naturales: “Hablo a Dios en el redoble de la lluvia”. Hay una emoción que brota ante el misterio con que el alma se encuentra en ese ansia de posesión más allá de sí misma: “Aún llueve sobre los cerros / hay un signo que purifica el alma / un reino de Dios ilimitado transparente”. Puede apreciarse además el elemento didascálico, exhortativo, con voz esperanzadora y elocuente: “Suma lo que aumente tus sueños / para que algo extraordinario / suceda siempre en tu vida / y sea solo Dios el que anide en tu alma”. En fin, nos encontramos con una poesía de “fe profunda anidando en el sentimiento”; de aflicción en el “cielo de mi penas”; de claridad en la búsqueda: “Aprendí a encontrarte…¡Oh, mi Señor! / en los límites del miedo y la inocencia”; de perseverancia: “Sigo buscando la luz bajo este cielo”.

Batres Cuevas, Izara. (Madrid – España). Tríptico.

Esta obra transfigura, mediante un lenguaje poético acerado, libre de hojarasca, desnudo y transparente, la experiencia del dolor, para convertirla en cauce de encuentro con un Dios al que la poetisa se aferra febrilmente: “Ha sido necesario morir en el amor / y en el dolor / para verte, para verme, / para saber quién era”. La voz lírica mantiene un tono firme, contundente, sincero, pero sin caer en el lamento desarraigado ni en la desesperanza, porque la maceración del dolor la transforma en suplicante y confiada expresión de amor: “Siento tu mano azul y dulce sobre mi herida”. Al final, la ternura del amor se impone al dolor, a la purificación en puro éxtasis de claridades: “busco el cielo de tu virtud en la ternura deslumbrante / de la primavera / que nace en tus manos”. Nos hace partícipes asimismo de la inspiración en la íntima experiencia de la gracia: “Yo sé que Dios está dictando mis versos, / sé que estás /  y más allá de este cuerpo y este pulso, el enlae impone su sentido, / te siento en el alma”.

Buczkowska, Elzbieta (Zabrze – Polonia). The Never Ending Dialogue.

La autora de The Never Ending Dialogue posee una expresividad que combina la fuerza de las imágenes, mediante versos que desbordan resolución y firmeza, con una honda piedad religiosa, centrada en especial en el misterio de la Pasión. La poetisa recorre con sus versos su propia pasión purificativa, con un anhelo de unión personal. Hay una permanente aspiración a  combinar, con ayuda de un lenguaje poético que se vale de distintos registros (litúrgico, oracional, evangélico), las exigencias de lo espiritual con la realidad temporal, para que esta se eleve en un empuje unitivo con lo divino. Ante la noche que se hace prosopopeya del mal, con sus seductores brillos y fantasías delirantes, triunfa el amor, el diálogo con la divinidad en su lucha mantenida con el non serviam, recuerdo preclaro en las heridas que quedan de la lucha. La autora arriesga a sacrificar ligeramente la armonía del verso en aras de dar fuerza a la expresión en su consciencia de la búsqueda en marcha.

Crespo Hidalgo, Alfonso, (Málaga – España) Me saciarás de gozo en tu presencia

Al hilo de las horas de oración monástica, el autor de este libro percibe la crisis espiritual de su siglo, y aplica con vehemencia su energía para reconstruir lo que se ha caído en la relación entre hombre y Dios: “Y me resisto, Señor, –y me rebelo– / a caer en el juego de imaginar tu ausencia; / incluso a decretarla, como connatural al escenario. /…/ ¡Arquitecto de la vida!: contigo construiremos / –con el nervio de la parábola– una ciudad nueva / y –con piedras vivas– plantaremos el eco de tu presencia”. Este vigor poético no está reñido con la ternura que el yo lírico despliega hacia el tú divino, en versos que, concebidos bajo la forma de diálogos oracionales, se revisten de ecos bíblicos y de la tradición mística. El poeta expresa un íntimo anhelo de ver a Dios en todas las cosas, y que los demás lo vean así, haciendo de la vida corriente un monasterio en el que, al ritmo de las horas litúrgicas, pueda encontrarse el amor divino y su misericordia.

Díaz Tortajada, Antonio. (Valencia – España) El vendedor de pan.

Hay un aliento de transitividad que llena los espacios de esta obra compuesta en verso libre y arromanzado con algunos sonetos esporádicos y alguna redondilla heptasilábica asonante. Versos asimismo cercanos al arte de la greguería: “La luna es un potro / que rompe la tarde / y el amor una extraña travesía / que amanece entre las sombras”. El poeta se siente solidario de la necesidad ajena y del dolor de todos los hombres: “Siénteme, hermano, / cuando pase a tu lado / porque yo, como tú, / llevamos escondida / entre nuestras ropas / la misma piel de Dios”. Díaz Tortajada articula también, con un lenguaje de honda sensibilidad poética, su propio desamparo y su deseo de recorrer con dignidad los senderos de su propia historia, abierta siempre a la trascendencia de un Dios que nunca está demasiado lejos: “Roto el tiempo entre mis manos, / rotas mis viejas ficciones / me entregaré –cuerpo y alma– / a ese mar donde te escondes”.

González Huguet, Carmen (Cuscatlán – El Salvador). Amable soledad.

Nos encontramos ante una poesía que se engalana con la compostura de la lira en la primera parte, y el soneto en la segunda, integrando todo el libro estas composiciones estróficas. Los poemas fluyen con tersura y aprovechan con mérito el registro expresivo de la poesía clásica: “Tu ternura me embriaga, / beso invisible, oculto vino fuerte, / como una amable llaga / cuyo dolor liberte / solo el beso inasible de la muerte”. Asoma también el lenguaje bíblico evocando la fuente sálmica, neotestamentaria y la tradición de los místicos para manifestar el amor del alma a Dios: “Habitar en tu sombra, en la espesura / del bosque ignoto donde siempre moras, / espíritu vital, en esa hondura / donde en secreto, a solas, me enamoras…”. El beso, figura de la vivencia unitiva, y la herida, expresión de la experiencia purificativa, son recursos que se dan tanto en las liras como en los sonetos, como por ejemplo en este terceto elegido al azar: “Hazme morir, si tu morir es Vida, / y en Ti, muerte de ayer será la gloria / lo que fuera dolor y abierta herida”.

Jiménez Carretero, Francisco (Albacete – España). Y no te vi, Señor, y estabasHay en estos poemas de métrica definida (romances, sonetos, silva arromanzada, silva libre…) un testimonio hondo y sencillo de la fe que experimenta sin ver la unión del alma con Dios: “Es todo tan cercano, podría acariciarte, / y hasta tocarte y, sin embargo, / nunca te vi, Señor, y estabas”. Todo es en nuestro poeta anunciación y encuentro con lo divino, muy a menudo articulados en el contexto de lo inmediato y cotidiano: “De tal modo el vivir es como un viaje / donde es fácil viajar sin equipaje / para embarcar un día a cielo abierto”. Una mirada amable y fraterna se proyecta sobre los hombres y las cosas, de modo que construye un microcosmos de mansedumbre y alegría, expresado mediante un estilo dialogal. También se da espacio al temor de Dios, a la tristeza que viene de la contingencia humana, pero todo ello resuelto en una actitud oracional y esperanzada: “Mas, yo, en los brazos del ayer dormido, / preciso del aval de Tu latido / para aupar la tristeza que en mí anida”.

Martín Otín, Elena (Madrid – España). La palabra encontrada.

La vivencia expresada en este libro está marcada por una profunda finura y emoción espirituales. Es poesía delicada, que fluye sin estridencias ni tensiones, a la vez que comunica confianza y seguridad en el seguimiento del Amado: “Cobíjame Señor entre tus brazos / dame tu suave aliento acariciante / y que mi corazón invadido de barro / pueda trocarse en carne palpitante”. La mirada de la voz lírica trasciende los límites de las cosas, y alcanza siempre a Aquel en quien se encuentra el norte y el remanso en el que el alma se aquieta. Los ruidos mundanos se apagan en estos versos, para dar paso a otro mundo más puro y personal, el de la intimidad del alma con Dios. La presencia divina, de este modo, transforma las dificultades de la existencia en motivos de gozo, mutando la noche en amanecer radiante: “Tú presencia la siento, y viene a mis oídos / la palabra certera, la que ama sin ruido / la que llena mi vida apenas te oigo hablar”. “Tú nombre sonará en cada latido / en cada amanecer, a cada instante”.

Parada Turcios, Claudia Lorena (San Salvador – El Salvador). Resiliencia.

Hay un empuje vital y acentos de intensidad religiosa, dentro de una actitud sencilla y abnegada:“No quiero en las oscuras distracciones / del mundo detenerme, / solo continuar en tu presencia / mi sencillo trayecto”. Representa decididamente una actitud filial donde el yo lírico ve cómo el mundo se vacía de sentido ante la presencia divina, y los poemas expresan, desde distintos puntos de vista, la vanidad de las cosas y los afanes pasajeros: “Despójame, Padre, / del hierro inmundo que me doblega, / del peso amargo del sueño que no termina”. Las secuencias de los versos van desvelando la nada que esconden las realidades terrenas cuando se alejan del Creador, a la vez que el alma descubre la vibración de lo alto en la fortaleza de la fe frente a la muerte. La presencia divina es percibida en las cosas pequeñas, en la naturaleza, en el gozo y en el sufrimiento, incluyendo el dolor más cercano y familiar de la despedida: “Hoy te he visto en la muerte de mi padre; / no sabía que tu luz también actuaba / como triste despedida”.

Sánchez Nuño, Virginia (Ciudad Real – España). En la voz del vendaval.

El verso fluctuante de este libro muestra un decidido anhelo de arraigo en Dios, a la vez que el yo lírico se examina a sí mismo a la luz del juicio divino: “Si Tú mueves, Señor, la intención de mis actos, / seguro que son buenos aunque sean imperfectos. / Si Tú abalas el fruto de mis torcidos surcos, / sé bien que será válido en tu alta dimensión”. De ahí la actitud sostenida de súplica, a la que se suma el afán de penetrar en el misterio de la naturaleza y su sentido transcendente: “Respiro tu aliento en el mar. / Percibo tu fuerza en el barro, / en la inercia de todo lo débil, / en los dones y en todo lo bello. / Diviso tu juego en las nubes, / tu hacer sin parar en el orden, / tu ingenio abismal en el cosmos, / tu amor sin igual en el hombre. Este vitalismo se manifiesta en poemas de fuerza confesional: “He comprobado, Dios, que siempre asistes, / que nada de lo nuestro te es ajeno, / que no dejas a nadie a la deriva”. “¡Qué paz tiene el alma cuando un día descubre / que lo tiene todo porque tiene a Dios!”.