El español Antonio Martín de las Mulas gana el 38 Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Comentario periodístico a los diez finalistas del XXXVIII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

BOCANEGRA PADILLA, Antonio (Cádiz, España): La luz con que me alumbro

Estamos ante un poemario de gran coherencia formal y sentimiento religioso. Los versos fluyen sin tensiones ni estridencias, como expresión de la seguridad en Dios, única riqueza para la conciencia humana. Nos deleita con una rica variedad de formas poéticas como el romancillo, el romance, el romance heroico, la redondilla endecasilábica, la sextilla, el cuarteto, el terceto, la silva libre impar, el verso alejandrino. Pero sobre todo domina la profusión de sonetos muy bien logrados, algunos de los cuales podríanse considerar antológicos por la vivencia confesional de cuño religioso y místico labrada con exquisito arte. Es un poemario de significativa unidad, donde puede observarse el influjo de nuestros místicos, estructurado en cuatro partes: búsqueda y encuentro, amor y muerte, dolor y pasión, gozo y eucaristía, precedidas por un umbral que presenta la fe como don, y terminadas con un epílogo donde el poeta, haciendo la síntesis de La luz con que me alumbro, da testimonio de una vida de fe y deseo de unión con el Amado.

BOTHE, Theresia Maria (Sicilia, Italia): That is All

Poesía de una gran fuerza expresiva y contenido vivencial que refleja una gran sed y deseo de Dios. La escritora recorre mediante imágenes, paralelismos y anáforas el proceso de su conversión, haciéndonos participar de su “historia de un camino espiritual, con sus dificultades y momentos sublimes, su larga oscuridad y hermoso encuentro”. Así nos muestra la presencia dialogal de lo divino en lo grande y en lo pequeño, en el detalle natural y en lo más humano: “Me hablas / con el rumor / de las olas. /…/ Me hablas porque la gaviota / se detiene sobre una piedra. / Porque la gente camina en parejas por la playa. /…/ Me hablas / porque estoy viva, / porque estoy llorando, /porque contemplo un cielo sin nubes”. La delicadeza y suavidad de la poesía rieliana puede observarse en la emoción que respiran algunos versos sencillos de la autora: “¡Qué suave cantan las hojas bañadas / – y su risa – /cuando el sol las abraza!”

ELVIRA VALLEJO, Pilar (Madrid, España): En voz alta

Una voz confiada, a veces jubilosa, resuena en los versos de nuestra autora con un lenguaje ágil y fresco. El paisaje poético, al modo de la mística clásica, aparece interiorizado, y en él los elementos son notas que delatan, de forma sensorial y pictórica, la presencia del Amado. Los poemas son cadenciosos, sin artificios, fluyen armoniosamente para transfigurar la vivencia espiritual del yo lírico, que, sostenido en la gracia divina, parece ir en volandas por ese mundo estilizado de vivencias y emociones. Encontramos, a través de frecuentes versos arromanzados, trazos místicos como la purificación, la unión y el testimonio —“Se han apagado mis ojos, / la luz se sumerge trágica / en el lago tenebroso / de un denso valle de lágrimas. / ¡no volverán a brillar / sin la llama de tu gracia!”. “Un gozo helado de fuego / inunda mi corazón como la ola a la playa /… / al respirar la presencia… / ¡del mismo Dios en mi alma!”

ESCRIVÁ VIDAL, Desamparados (Tarragona, España): Desnudando el alma

Poemario que transpira amor, intimidad y confianza en Dios junto con una audacia para verle, expresado en imágenes equilibradas y armoniosas. Hay gran belleza y sensibilidad propia de un alma enamorada. Excelentes versos que se leen con deleite, llenos de recursos expresivos que surgen como a borbotones de la llaga de amor. Desnudando el alma expresa con sencillez y realismo la purificación, el carácter dialogal y la unión: “No, yo no descubrí al Amor, / fue Él quien me encontró a mí… / Me perdí en aquel encuentro / y vago perdida en su mar”. No falta la experiencia de ausencia y de presencia: “Nuestros encuentros suelen ser así: / amor vestido de ausencia / y amor vestido de deseo y espera. / Todos los días tengo dos citas exclusivas con mi Amado”. La unión, finalmente, viene expresada no por un soy y un es, sino por un somos: “Contigo hay momentos en los que no sé si soy, / no sé si eres, / solo sé que somos”.

GALÁN GARCÍA, María del Pilar (Valladolid, España,): La nada ¡Qué frío!

Se produce en esta obra un choque entre el deseo de absoluto y la desposesión, entre el ímpetu hacia Dios y la experiencia de su privación. Pero a pesar del desarraigo, la voz lírica no se acobarda; antes al contrario, en versos rotundos acomete una búsqueda de lo divino, movida por la fe en el ámbito en el que se sabe segura: la palabra poética. Aspira así una redención por la poesía: “Solamente la poesía / podrá salvar al mundo / versificando un universo nuevo”. A través del dolor de ausencia, expresión del amor auténtico, se puede experienciar la mística unión con el Amado: “Tengo heridas abiertas / que se convierten en ofrenda muda / bajo tu mirada desnuda y penetrante / que rompe la distancia que nos separa”. Todo al final queda resuelto en el encuentro diáfano “esquivando el tiempo y la distancia” porque el “dulce Amigo” es “manantial inagotable que sacia la sed para siempre”.

GALLIANO, Marcelo (Buenos Aires, Argentina): Manzano entre los árboles

Una actitud oracional en la que se recrean las distintas tesituras de la religación con Dios se hilvana en poemas estróficos magistralmente labrados en forma de sonetos, liras, madrigales y coplas de pie quebrado. El poeta se muestra lúcido ante la divinidad, en la que ancla su existencia, y a la que se dirige con una fe sin ambages. Entre interrogaciones, solicitudes y reconocimientos, el hablante lírico se reconoce mendigo de la gracia y enfermo sanado por el bálsamo del perdón. Se observan imágenes poderosas con ecos manriqueños sobre la fugacidad de la vida: “Todo se lleva el aire, su madeja /amortaja el recuerdo y lo condena /al olvido fatal de su morada. /Todo lo roba el tiempo, nada deja”. No obstante hay con el Padre un constante diálogo de arrepentimiento, de petición de ayuda encontrando siempre en Él la respuesta orientadora y sosegada: “Padre, aquí estoy, atento a tu llamado”.

GUERRERO COLLAZOS, Adela (Santiago de Cali, Colombia): Contigo todo

Hay un hondo sentimiento unitivo en estos versos, en los que la autora canta la cercanía insondable de lo divino. Dios es para ella voz, palabra, presencia, luz, que la sumergen en un éxtasis poético de amor. Son poemas celebrativos, donde la voz lírica no ceja de entonar una agradecida salmodia traspasada de júbilo deseante de lo eterno: “El vuelo de un pájaro, / me llama a festejarte / mientras me eternizas”. Más que poesía de búsqueda es poesía de encuentro con imágenes bíblicas y de la tradición mística oriental y occidental; todo es alegría, paz, sencillez, plenitud: “Ya no hay búsqueda / Tú-en-mí sin palabras / Sin promesas / Yo-en Ti-plenitud /Ágape”. Desde aquí ve la presencia divina en lo cotidiano, en la naturaleza, en el juego de los niños: “Las carcajadas de los niños /Cuando juegan en el patio de la casa /Te pronuncian sin descanso”. Esta mística unión es celebrada como “Esencia de la risa / desbordada de sosiego”.

MARTÍN DE LAS MULAS BAEZA, Antonio (Medellín, Colombia): Viernes santo

La voz del yo poético que el poemario expresa es la de Jesús en el Gólgota que, desde la altura de la cruz, divisa con perspectiva única la pequeñez del poeta, convertido ahora en el tú lírico. En esa situación, el crucificado hace suya la situación del hombre, sus flaquezas y sus miedos: “Mi sangre está cayendo por el mundo, /mi corazón os sueña en la ciudad eterna”. Hay una sensibilidad especial respecto de la soledad y el dolor humanos, que el poeta asume desde la disposición total del crucificado, que ya no es víctima inerte, sino obrador omnipotente para el que la cruz es trono, roca inexpugnable, altar salvador. Expresa, no sin un cierto deje apocalíptico, un alto contenido teológico lleno de esperanza salvífica por la que Cristo lleva la humanidad al Padre: “Vendrá como un torrente en las laderas / como un viento que agita copas verdes / abriendo todo el alma al gran amor del Padre”.

MATIUSSI, Fernando Raúl (Tucumán, Argentina): En el nombre del Hijo

Nos encontramos con poemas vigorosos y acerados, en los que el hablante lírico muestra una lúcida conciencia viadora, de desamparo. Hay una armonía entre la vivencia interior, atribulada, y la forma poética, sin concesiones esteticistas. Pero el poeta no se deja vencer por la inclemencia vital y no mira hacia atrás: avanza con energía por la senda purificativa, seguro del poder de la súplica y la plegaria. El poemario representa muy bien la experiencia trinitaria expresada a lo largo de los versos. Vemos la ausencia del Padre con la esperanza de tenerle plenamente: “La ausencia no puede vencer / a la esperanza de que retornaremos, / a tu Casa, el día que tenemos señalado”. Para ello, Cristo nos deja la apoteosis del don de la redención: “Entregas tu sangre, / para que la redención / opere su esencia”. Pero todo es actuado maravillosamente por la acción del Espíritu Santo: “El Espíritu todo lo transforma en nuevo. / Hemos sido vencidos / por el estilete del amor / y el regocijo”.

SÁNCHEZ ROBLES, Miguel (Murcia, España): Santa tristeza

Los poemas de este libro están escritos a modo de variaciones sobre un tema dominante: la congoja de la vida. El poeta atrapa en los gestos propios y ajenos lo que de efímero y banal hay en la vida humana, signada por la muerte. También saborea momentos de consuelo gozoso, marcados por la confianza filial. El tono general es crepuscular y elegíaco, acompañado por retazos de diálogo místico con el Padre: “Amarte es todo, solo vivimos para eso”. Se perciben en el autor ecos de Otero o de Vallejo e incluso de la añoranza divina que marcó a muchos de nuestros poetas, sobre todo de los años 50: “Padre, / algunas veces lloro de nostalgia suavísima y extraña / como si un hálito tuyo se estuviese secando entre mis manos”. Resalta la necesidad de volver a la infancia, recurso de muchos poetas, para verlo con ojos sencillos desde el Padre y hallar el sentido de la vida: “Siento que todo ha sido un sueño equivocado, / y que las estrellas no tienen sentido. / Por eso necesito, mirarlo todo de nuevo, Padre, / con los ojos ardiendo de la infancia”.

La salvadoreña Carmen González Huguet – Ganadora del XXXVII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística