Mensaje del P. Jesús Fernández para el XLIº Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística
Roma, 18 de diciembre de 2021
Estimado público:
Si queremos saber con precisión lo que es poesía mística, debemos tener en cuenta, primeramente, lo que es, en realidad, la poesía. Esta, en opinión de Fernando Rielo, nace con el hombre. No ha habido suceso alguno que no haya merecido el mausoleo de un poema. Nos asegura que “débese esta grandeza del lenguaje a que la poesía recrea lo que no puede hacer la ciencia: el doliente pensamiento de una criatura humana que no logra descifrar el misterio de sí misma”[1]. La poesía está en el interior del ser humano, pero “se hace poema cuando los múltiples recursos de una lengua se ponen en función de las escogidas imágenes estéticas que evocan la verdad, la bondad y la belleza del llanto del amor”[2].
Si me refiero a la poesía actual, estoy de acuerdo con Fernando Rielo en que muchos poetas han hecho seguidismo del llamado “pensamiento débil”. Este premio mundial de poesía mística, en sus 41 años de existencia, ha tenido la misión de hacer frente a una “poesía débil”, que ha estado huyendo del natural esfuerzo y de la exigencia interior de inspiración. “La inspiración —venía a decir Federico García Lorca— está bien, pero realmente más te vale que te pille trabajando”. Suyas son las palabras textuales: “Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo”[3].
Pienso que hemos logrado que muchos poetas, más de 10.000 participantes, en estos 41 años, se hayan puesto en camino hacia esa “poesía fuerte” que es la poesía de los grandes: “una poesía que es profecía, confesión, exigencia y testimonio; una poesía que es toda ella alabanza reflejada en la experiencia de júbilo por lo divino”[4]. Esta experiencia de júbilo es la que viene reflejada en el poema cuando ha pasado por el dolor del amor: “Sí, poeta: el amor y el dolor son tu reino”, llega a decir el Premio Nobel, Vicente Aleixandre, en su libro Sombra del Paraíso.
“Hay poetas —afirmará el creador de este Premio— que saben potenciar su visión, su experiencia de lo divino, y hay poetas que se dedican a reducir o anular esta connatural o genética visión proyectando su negatividad en el esteticismo del lenguaje, en el gusto por lo fragmentario y lo efímero, en el sensorialismo afectivo o en la intensidad informe de lo instintivo. Afirmo, frente a este clima de antipoesía, que quien es capaz del esfuerzo de la generosidad, quien es capaz de la exigencia de ser sensible a la unidad, a la verdad, a la bondad y a la belleza, no puede ser ateo. Afirmo, por ello, en uno de mis proverbios de Transfiguración que “El ateísmo es pensamiento / que huye del esfuerzo”»[5].
Gabriela Mistral, en su Decálogo del artista”, viene a sentenciar: “No hay arte ateo. Aunque no ames al creador, lo afirmarás creando a su semejanza”. En Poetas españoles contemporáneos, Dámaso Alonso plasma estas certeras palabras: “Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se resuelve, iracunda, reconoce la opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos en busca de Dios”[6].
Fernando Rielo da por asentado que la poesía religiosa es inseparable del quehacer poético. Todos son llamados a nombrar explícita o implícitamente a Dios. Si todos son llamados a la poesía religiosa, pocos son los escogidos para la poesía mística. Parangonando a san Juan de la Cruz, todos estamos llamados al más alto grado de perfección de unión con Dios, pero la causa por la que llegan tan pocos, afirma en Llama de amor viva, “no es porque Dios quiera que haya pocos de estos espíritus levantados, que antes querría que todos fuesen perfectos, sino que halla pocos vasos que sufran tan alta y subida obra”[7]. Todo esfuerzo y exigencia posibles, asumidos en mística libertad, son el crisol adecuado para dar forma celeste a esta encendida llama de amor.
Según estas reflexiones, la poesía mística tiene que ir mucho más allá de la poesía en general y de la poesía religiosa en particular. ¿Qué es entonces la poesía mística? Si la mística es experiencia que encierra la humanización de lo divino para divinización de lo humano, la expresividad poética de esta humanización-divinización nos la tiene que ofrecer, extraordinariamente, recorriendo todos los recursos estéticos de la lengua, la poesía mística, que se convierte en verdadero o auténtico género literario. Así se expresa, a este respecto, Fernando Rielo: «Afirmo que la poesía mística, poseyendo su propia autonomía, es verdadero género literario porque eleva a arte la expresividad de la experiencia de la unión personal con Dios, cincelada por el dolor del amor. La poesía mística, no siendo búsqueda de un tiempo o lugar transcendidos, ni hallazgo de nuevas recreaciones estéticas, no haciéndose susceptible de manipulación ni de juego lingüístico, no derivando en técnicas ni experimentaciones, no constituyendo vías de conocimiento ni estados de catarsis, es la más desinteresada de todas las artes. Hay poesía mística allí donde termina toda búsqueda, toda meditación, todo discurso, todo esfuerzo de la técnica y de la manipulación lingüística, toda proyección meramente humana. Si las palabras no se desprenden de su physis, de su literalidad, de su proyectada fenomenología; si el poeta se satisface en sus versos, se mira y se contempla en sus propios poemas, no hay poesía mística. La poesía mística es personificación, es rostro, es presencia de un alma unida a lo divino. […]. La poesía mística consiste, utilizando las mejores posibilidades estéticas de la palabra, en una personal comunicación teándrica; esto es, en la personal acción de Dios en la persona humana con la persona humana. […]. La poesía mística no es meditación a partir de la anécdota por mucho que esta quede transcendida, ni tampoco es vía de conocimiento de lo divino. Hago, en este sentido, paráfrasis de una conocida sentencia del Doctor del Carmelo: “el místico conoce por Dios la poesía, y no por la poesía a Dios”[8]. Todo saber comunicativo se reduce a un toque carismático, penetrativo, que Dios libremente produce en el ser humano con la libre respuesta del ser humano. Este místico toque es inspiración y es éxtasis. Alguien ha dicho que en “el éxtasis se encuentra la libertad de la historia y sus sucesos”. Afirmo, más bien, que el éxtasis es mística libertas amoris de la divina libertas amoris»[9]. El creador de este premio sigue afirmando que “frente a toda egotización e indiferencia, frente a todo afán deshumanizador y desacralizante, el poeta místico posee definida misión regia, profética y sacerdotal: anunciar, con libertad definida por la creativa hermosura del amor, la desposada filiación divina, don que todo mortal, si decididamente lo acepta, puede, para celeste inmortalidad, recibir de la Santísima Trinidad”[10].
Pero hay que tener en cuenta que “la experiencia mística no es reductiva a unos moldes determinados de poética expresión; antes bien, la poesía mística es de una enorme creatividad de formas que prestan su destreza al estudio analítico. Esta policromía estética se irradia en el lenguaje hablado y en el lenguaje escrito. El modelo supremo de esta poesía mística —llega a afirmar Fernando Rielo— es el mismo Cristo, “el más grande poeta, que eleva, por medio del amor, la tragedia a la más alta lírica tallada en puro Verbo: Verbo de oro encarnado y sangre redentora. Me uno con Él al hombre, humanidad sangrante: al profetismo árabe, porque Cristo es profeta; a la raza judía, porque Él es de su raza; a toda religión, porque Él es el Ungido; al ateo y agnóstico, porque Cristo es su hermano. Hora ésta en que el poeta debe hacerse pregón de una mística paz que solo engendre paz, que solo engendre amor: amor y su hermosura, aunque haya oscura niebla. Cristo, nuestro poeta, de su humanidad hizo un poema de versos rotos para salud de un ser humano errante que, niño infatigable, formara por sí mismo de una hoja muerta un vívido poema»[11]. El Evangelio nos presenta innumerables ejemplos de vida cotidiana que nos enseñan la dimensión transcendente de toda actividad humana, por muy humilde que esta sea, y también nos hace partícipes de la transcendencia celeste de toda la naturaleza. Cristo eleva a dignidad de reino de Dios un humanismo que, comenzando en esta vida, adquiere en el cielo la suprema grandeza de los justos que brillan como el sol junto al Padre.
«El Evangelio contiene, de este modo, el código, la lectura genética de la poesía mística: la plenitud del amor divino encarnado en Cristo se expresa por medio de las más diversas formas literarias hasta hoy insuperables: la parábola, síntesis de la comparación y metáfora; la doxología, suprema expresión de alabanza y ensalzamiento; el paradigma, ejemplo de narración que implicita la honda sabiduría del proverbio y la sentencia; la parénesis, discurso exhortativo de enseñanza pleno; el himno, la súplica, la acción de gracias, la aclamación, la metáfora, la alegoría… Puedo afirmar que en la palabra de Cristo se encuentra la semilla de todas las formas literarias posibles. Mi sentencia para la teología actual y, en general, para la cultura católica y ecuménica, es grave: falta poesía al teólogo, al hermeneuta, al moralista, al creyente»[12].
En su mensaje del Premio Mundial de Poesía Mística del 11 de diciembre de 1995, Fernando Rielo hacía también la siguiente exhortación, válida para nuestros días, aunque sean tiempos de pandemia: «Permítanme que haga urgente invitación a todos los que se sientan convocados por el inconfundible poder de la poesía para que, amasando experiencia mística y cultura, sean los auténticos arquitectos que, escandiendo su inspirada palabra, diseñen los nuevos edificios, los nuevos parques, las nuevas plazas, las nuevas avenidas, que den la más señera configuración, la más acabada suntuosidad a la emblemática capital del arte; esto es, la poesía mística»[13]. Y en su mensaje de diciembre de 1990, terminaba su discurso con estas exhortativas palabras: “Convoco a los jóvenes para alzaros de nuevo, como en tiempos antiguos, a descubrir la vida mística hasta alcanzar con incesante paso la cima de esa unión que san Juan de la Cruz define por total transformación de amor en el Amado donde vuestra alma quede, cuanto se puede en esta vida, hecha divina. Caminad recogidos por los tres regios claustros o potencias que digo del alma y su virtud: una mente formada en fe, una voluntad formada en esperanza, y una libertad formada en el amor»[14].
Con esta palabra del poeta, filósofo, místico y fundador Fernando Rielo, concluyo este mensaje, en el que he intentado reflejar fielmente el espíritu que él quiso transmitir a los que, sintiéndose poetas, produzcan, con su confesión, arte y testimonio, lo que significa la poesía mística: la verdadera paz, la mística alegría y la auténtica libertad, que solo la unión de amor divino puede producir, aunque haya dolor y oscura niebla.
He terminado.
Fdo.: P. Jesús Fernández Hernández
Presidente del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística
[1] F. Rielo, Mensaje, 6 de diciembre de 1985.
[2] F. Rielo, Mensaje, 13 de diciembre de 2000.
[3] F. García Lorca, Obras completas, vol. III, (Barcelona,1997), 308.
[4] F. Rielo, Mensaje, 9 de diciembre de 2003.
[5] F. Rielo, Mensaje, 9 de diciembre de 2003.
[6] Dámaso Alonso, Obras Completas, IV (Madrid, 1975), 878-879.
[7] Llama de amor viva, 2, 27.
[8] Llama, 4,4.
[9] F. Rielo, Mensaje, 14 de diciembre de 1998.
[10] F. Rielo, Mensaje, 12 de diciembre de 2002.
[11] F. Rielo, Mensaje, 10 de diciembre de 1990.
[12] F. Rielo, Mensaje, 12 de diciembre de 1996.
[13] F. Rielo, Mensaje, 11 de diciembre de 1995.
[14] F. Rielo, Mensaje, 10 de diciembre de 1990.