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Juicio de los miembros del Jurado de los diez finalistas del XLI Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística 2021

Edgardo Alarcón Romero

En el poemario Lirios amarillos al amanecer, la belleza del silencio, el poeta expresa su hondo sentir místico desde la conciencia material de ser tierra, barro, campo llamado a germinar. Muchos de los poemas se inician en un marco nocturnal, en el que las sombras se transfiguran por la cercanía amorosa de Dios, que toca íntimamente al alma: “En plenilunio de besos / y en rocío de amor / desciendes en plenitud deseada, esta noche, / en que mis pétalos se resquebrajan por tu ausencia, / y en esencias navegamos hasta la raíz nocturna, / y la savia del placer de estar contigo / ascendió hasta las hojas secas de mi dicha”. El libro brota, como matriz poética, de la imagen parabólica del campo sembrado, del lirio que es vestido por Dios, de las aves que Él cuida: “Nada podrá germinar sin tu presencia, / sin la luz que nace en tu mirada, / sin las aguas que descienden de tu costado herido, / sin el viento que mece a los trigales en las laderas pedregosas, / […] soy tierra enamorada / que ha sentido tus pasos acercándose”.

Daniel Cotta Lobato

Donde más amanece es una obra formada por sonetos, algunas décimas endecasílabas y composiciones no estróficas, que explora la presencia escondida de Dios en la cotidianeidad e indaga en sus claves más íntimas. El poeta sabe descubrir, en medio de la roma realidad, el asombro de lo sobrenatural, y nos proporciona a menudo finales sorpresivos, que nos sumergen en una atmósfera celestial. Cuando el hablante poético se dirige a la ofrenda amorosa de la cruz, brotan versos transfigurados por la emoción, con una actitud de total entrega e identificación con el dolor redentor: “Este dolor por el que aún me aflijo / y que me trae llorando hasta tus plantas / clavado y muerto está en tu crucifijo, / que de la sed de tus heridas santas / fluye una calma que me da cobijo: / Contigo está mi cruz y Tú la aguantas”. Los versos se suceden en un estilo directo, sin ambages, que va combinando hábilmente la expresión coloquial y desenfadada de los versos libres con la sencilla elegancia de los poemas estróficos. Hay siempre una apertura trascendental traspasada por el amor, que vibra aun en la ausencia: “hace tanto, Señor, que no te llamo, / hace tanto que creo que estás muerto, / son tantos años sin pisar tu huerto, / son tantos siglos sin decir te amo”.

María del Milagro Dallacaminá.

El yo lírico que habla en Soy la mujer extranjera se hace prójimo en un texto expansivo, cuyos versos fluyen con el impulso airoso de un torrente. Poesía esencialmente transitiva, en la que cada poema lleva por título un topónimo extraído de distintos puntos cardinales. De este modo, el poemario se constituye en un cuaderno de bitácora universal, en el que el yo poético es todos los hombres y mujeres, todas las historias, como en un abrazo abarcador. Esa experiencia brota de la adhesión a Dios, quien es todo en todos; es una mística de la fraternidad, del amor desinteresado del samaritano. Precisamente en el poema “Samaría”, la poetisa se multiplica en un abanico plural de identidades: “Soy la mujer extranjera / que en la hora del mediodía / […] repasa amores y dolores / junto al pozo. / Soy la mujer incansable / buscando la dracma perdida / y la que mezcla las medidas exactas / de levadura y harina. / Soy la mujer encorvada / de tantas penas / y la que siente cómo la sangre / caliente le corre por las piernas / hace años”. La mirada poética ve a Dios en cada hombre y criatura, en los caminos y encrucijadas de un mundo doliente, y da voz a esa presencia escondida, para identificarse con todo aquello en lo que late un pálpito de vida: “Soy junco junto al río, / erguida. / Soy mariposa / besando las flores. / Soy flor silvestre / pequeña / imperceptible / bella / para el que sabe mirar / y descalzarse”.

Carlos González García

Los poemas de Al latir de un Padrenuestro son paráfrasis de los versículos de la oración jesuánica. De este modo, cada unidad poética nos introduce en la resonancia interior que la plegaria divina produce en el espíritu del poeta. El tono es siempre apasionado, la voz lírica palpita y dibuja un paisaje interior de emocionados perfiles. Hay impetración, deliquio, apelación amorosa, confesión sincera: “Resucítame, / como Hostia derramada en mi creer, / del otoño que, en tu espera, llora y sangra; / y si tiemblo de ternura / en tu latir, / no es la noche / ni es el miedo, / Amado mío: / es el frío de tu ausencia / que me ahoga / cuando vivo en carne viva / sin tu amor”. A pesar de que el poeta discurre a veces en el contexto purificativo de la noche interior, el verso es decidido, la expresión firme, y sincera la apertura al Tú divino: “Que se haga lo que quieras, / si eres Tú / noche oscura, cielo o luz entre mis manos: / solo espero si, en la espera, esperas Tú / cuando rozo la presencia de tus ojos”.

Adela Guerrero Collazos

Los poemas de Alfarero de la luz están enunciados desde una actitud de alegre optimismo, con una voz lírica cuya seguridad brota de saberse sostenida íntimamente por Dios: “Aunque las olas me colmen de lo incierto, / Tú, siempre luz, / viviente / dentro, muy dentro”. Dios invita a la criatura, pronuncia su nombre, entona cantos para ella: “mientras me invitas / mientras me abrazas / escucho tus canciones de alfarero, / notas que recorren mis sentidos / y me llenan de la infinita calma / de llamarme hija”. Nada le parece imposible al alma. Los poemas transmiten un paisaje de nítidos contornos, sin penumbras; hay firmeza a la vez que delicadeza, con una emoción sobria y reveladora. Hasta la eventual ausencia del Amado se traduce en signos de esperanza, pues nada puede arrebatarle al yo lírico la certeza de saberse destinatario del amor divino: “Qué importa el tiempo de tu ausencia / qué importa el lugar donde me encuentro, / sé de tu Amor”.

Jesús Antonio Loya González

Los versos de la íntima oración es un libro que describe una cartografía marina de islas a la intemperie de lunas y cielos desolados. Hay templos en los que se lleva a cabo una liturgia cósmica en la que el poeta aspira a conseguir su redención. Se trata, en suma, de una íntima plegaria que brota de la certeza de un desamparo existencial: “Desde la playa contemplo, / coro de almas: / Su canto es el canto perpetuo de las caracolas, / bocas y ojos abiertos al infinito, / rostros desfigurándose en espiritual suspiro”. Hay en todo el libro un tono apocalíptico y una perspectiva visionaria, a los que se une voz profética que nos transmite, con lacerante clarividencia, la fugacidad de lo humano, la caducidad de la historia, frente a la infinitud de Dios: “Señor: / Desciendo / rumbo a la piedra infinitesimal, / rumbo a la oscura piedra del ángulo, / colosal, temible. / Desciendo y me atraviesa / el ángulo oscuro de la piedra… / Estoy cautivo en la piedra / preciosa del ángulo”.

Jesús Martínez García

Los sonetos de Tu cálido aliento invitan a una actitud de religiosa confianza en lo divino. La obra ofrece, además, composiciones signadas por una pasión amorosa que, con espontaneidad y sencillez, nos conducen a la esencial relación con Dios. El lector se siente convocado por la frescura de las imágenes: “Las cascadas aplauden esponsales, / me recibe un júbilo de flores, / un concierto de pájaros en vuelo. /Saludan con sus dedos los trigales, / del arco iris salen los colores, / ebriedad de campanas hacia el cielo”. El poeta vierte también, con lucidez atribulada, su experiencia del dolor del amor: “Qué duro es vivir enamorado / y no poder tenerte todavía, / el no salir del todo es agonía, / son dolores de parto mi costado”. Pero esa vivencia del Dios ausente no lleva al poeta al desarraigo; sabe cosechar mieses de esperanza en esos momentos de aridez, para concluir siempre con una nota de consuelo: “A pesar de no ver, te sigo amando. / Leyendo con los dedos voy rezando, / tanteando la luz de tus palabras. / Esperaré, Señor, hasta el milagro. / Ya mi fe bartimea te consagro. / Lo primero serás cuando los abras”.

Rosa Catarina Piñeiro Fariña.

En torno a la metáfora central de la eucaristía, las composiciones de Un fulgor cereal , en su mayoría sonetos, recrean la experiencia de la comensalidad. Amar es celebrar la carne que nutre y el vino que embriaga, todo ello en aras de la unión personal: “Tu cuerpo por el mío me diluye; / tu sangre por mi carne me disuelve, / ¿qué imposible simbiosis nos envuelve?, / ¿qué miserable muerte nos rehúye? / Serás exactamente lo que intuye / este amor comensal que nos resuelve”. El misterio prandial se desgrana en versos de poderosa expresividad, que dejan al desnudo un acento muy personal, y una actitud de religiosa entrega, sin titubeos. En otras composiciones no estróficas, la autora articula un lenguaje vigoroso, fraguado a golpes, con un efecto de corrosiva sinceridad: “Demasiado descalza / para dejarme licuar con palabras mendaces, musitadas, / recitadas con la naturalidad que distrae al moribundo / […] Son de barro los pies, recibieron la tundra de este frío, / pero sobre la bota: soy dada a regentarme demasiado descalza. / Sumamente calzada / para que el pan me baste en su fulgor frecuente”.

Robert M. Randolph

En el poemario Broken, el propio yo lírico nos plantea su origen enunciador: contemplando un paisaje en el que la naturaleza es la protagonista principal de cuanto abarca la vista, el poeta reconstruye mediante la escritura su experiencia interior de lo divino, recapitula su historia personal, hecha de soledad y caídas, pero también de un presente de conversión. La voz personal es profunda, sincera, es el tono de quien ha reencontrado el camino, y mira con confianza un mañana renovador. Los poemas adquieren, de este modo, la contextura de breves cuadros expresivos, donde lo sensorial se ve contrapesado por la experiencia interior, en un equilibrio elocuente: “Walking in winter / I’m suddenly lonely. / I would like to walk by the river, the deep pool, / that flows from Your hand” (Caminando en el invierno / Estoy súbitamente solo. / Quisiera pasear por el río, el profundo estanque, / que de tu mano fluye”. Hay en estos poemas una desnudez conmovedora, a la vez que una contenida emoción, que rompe (el libro se titula “Roto”) toda retórica artificialidad, y nos deja siempre un toque delicado de trascendencia.

Porfirio Salazar

Decimario divino despliega, en primorosas décimas, un paisaje de acongojada conciencia. El poeta recorre un viacrucis de dolor sin caer, sin embargo, en la desesperación o el desasosiego. La canción es para el yo lírico el viático poético; y la fe, su coraza espiritual. El alma aspira a vivir la purificación que la eleve sobre las cosas de este mundo: “mi duda fue tu misterio, / y esa duda, en cautiverio, / me hizo volar otra vez. / Soy el ave que tal vez / se hace pura en tu cauterio”.  Las décimas son jalones oracionales, en los que resuenan ecos de la poesía mística clásica e imágenes de raíz evangélica, recreados con trabajada naturalidad, todo ello con el ritmo jubiloso que la canción va escanciando: “Tú me buscas y me encuentro, / y si me escapo sonrío, / y si me encuentras: un río / me barniza desde adentro. / En tu nombre me concentro, / mi Dios de cielo y verdad, / me complazco en tu amistad / y en el trigal no vacilo, / ni la noche, con su filo, / me niega tu claridad”.

Diez obras finalistas del XLI Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Diez obras procedentes de Argentina, Chile, Colombia, Estados Unidos, México, Panamá y España finalistas del XLI Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Las obras:

1.- GUERRERO COLLAZOS, Adela (Cali, COLOMBIA): Alfarero de la luz

2.- GONZÁLEZ GARCÍA, Carlos: (Fresnedillas de la Oliva, Madrid, ESPAÑA): Al latir de un Padre Nuestro

3.- COTTA LOBATO, Daniel (Córdoba, ESPAÑA): Donde más amanece

4.- ALARCÓN ROMERO, Edgardo (Curicó, CHILE) :  Lirios amarillos al amanecer,

la belleza del silencio

5.- LOYA GONZALEZ, Jesús Antonio (Chihuahua, MEXICO): Los versos de la íntima oración. 

6.- MARTÍNEZ GARCÍA, Jesús (Zaragoza, ESPAÑA) : Tu cálido aliento

7.- DALLACAMINÁ, María del Milagro (Salta, ARGENTINA): Soy la mujer extranjera

8.- SALAZAR, Porfirio (Coclé, PANAMÁ): Decimario divino

9.- RANDOLPH, Robert Morrison (Carmichaels, Pensilvania, ESTADOS UNIDOS): Broken

10.- PIÑEIRO FARIÑA, Rosa Catarina (Vilagarcía de Arousa, Pontevedra, ESPAÑA): Un fulgor cereal.

han sido declaradas Finalistas del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, en este 2021, año en el que el Premio alcanza su edición número cuarenta y uno.

Al Certamen, de convocatoria anual, han concurrido 267 obras procedentes de 29 países, lo que supone un incremento del número de países participantes respecto de ediciones anteriores, reflejo sin duda del desarrollo de la creatividad frente a momentos de crisis tan importante como los que estamos atravesando a nivel mundial.

Este Premio que comenzara su andadura el 8 de diciembre de 1981 en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid, ha ido adquiriendo a lo largo de estos cuarenta y un años de existencia, un prestigio y un reconocimiento a nivel mundial.

La proclamación de la obra ganadora se realizará en acto público que se desarrollará de forma on-line, el próximo 18 de diciembre, sábado, a las 17 horas de Madrid (España) A dicho acto están todos invitados, daremos a conocer los enlaces a través de nuestra web: www.rielo.com, y a través de nuestras redes sociales.

Los 12 finalistas del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística en su XL edición

Julio Estorino, El delirio del barro (Miami, Estados Unidos). Este libro apela desde el comienzo al origen de lo poético: la palabra, la inspiración, con una confianza férrea en las posibilidades expresivas propias, y un gran optimismo existencial. Sus poemas abundan en imperativos, que convocan al Tú lírico desde un ímpetu vital que canta a la existencia, con una variedad de sentimientos religiosos: el silencio, el vacío que acompaña a la fe, la búsqueda interior. Hay un sentido oracional, de súplica urgente, pero también de disponibilidad, y todo ello sin tensiones, con una conformidad que se acompasa a la cadencia métrica del octosílabo o del endecasílabo: “Que te proclame mi boca / como único Salvador, /  que te cante a ti, mi roca, / pues toda la vida es poca / para cantar en tu honor”. Venero de alegría es esta poesía, confiada y optimista, aún cuando articula la dicicultad de la fe, las asperezas del camino, el frío de la ausencia. Se recrea también la alegría vital de estar en Dios, en la que todo es inmediato y familiar, pero abierto a la trascendencia, a los horizontes más prometedores.

 

Francisco Jiménez Carretero, La luz silente de tus manos altas (Albacete, España). Dios es luz para el autor de este poemario, y por eso sus composiciones a menudo quedan enmarcadas en crepúsculos, momentos fronterizos de luz en los que la cercanía divina se hace palpitante y sensorial. Hay poemas de mucha fuerza visual, con la mirada del poeta en busca de la luz: la caudalosa luminosidad del día o la incierta llama interior en la espesura de la noche: “Y mañana, si viene noche oscura, / inúndame de luz esta andadura / con el nítido brillo de tu llama”. Este marco luminoso se abre al paisaje transfigurado del alma en el que el cielo queda siempre cerca y es anuncio de la presencia divina. Hay fuerza evocadora en los versos, un impulso que nos lleva al contacto tibio de lo divino, formulado en una invitación al ascenso: “Tan a mano está todo, Dios, ahora / que podría sin más acariciarte / a la altura del tiempo y luego amarte, / sereno y apacible, en cada hora”. Dios espera, asimismo, al poeta en la otra orilla, la de los hombres, hacia cuyo encuentro hay que hacer una travesía generosa. Poesía ingrávida que nos invita al vuelo del alma, al desasimiento de las cosas.

 

Iván Cabrera Cartaya, Las terrazas misteriosas (Tenerife, España). Desde las páginas iniciales del libro, el poeta invoca: “Porque, Señor, el mundo es tu alfabeto. / Y a su lectura he dedicado / la existencia y sus fuerzas, la inmediata paciencia, / el instante y su eternidad”. Fiel a este programa, la voz poética descifra el misterio del Dios escondido en la íntima sustancia de la realidad: en “la fragua del horizonte”, “los paseantes solitarios”, “los nidos donde pájaros plurales responden con su canto”. Hay una hermandad con la naturaleza, con los signos precisos de lo celestial que en ella encuentra el que esté dispuesto a leerlos. Pero lejos queda el poeta de una visión panteísta de Dios, que es, de forma invariable, un Tú personal al que se apela, y cuyo rastro fresco late en la textura de las cosas y las criaturas: “He visto destellos de tu hermosura / en todo lo mirado. / Todo lo he visto con los ojos / del que anhela los tuyos”. El poeta está constantemente en salida, con los ojos atónitos del que sabe contemplar, pero también con la conciencia íntima del que convierte la mirada en meditación. El resultado es una poesía que avanza serenamente al ritmo del poeta caminante, el cual hace de cada poema un hito de su contemplación: “el mundo tiene, Dios, en esta noche / la exacta perfección que le has dado, / […] y el nudo misterioso de tu amor”.

 

Antonio Bocanegra Padilla, Estos días sin albas (Cádiz, España). La obra empieza exponiendo la desolación del poeta ante la tierra yerma que una epidemia deja tras de sí, y que transforma la sociedad humana en un escenario de pequeño apocalipsis. Es como si los puntales de la realidad claudicaran, y el poeta buscara entonces el abrigo del único asidero en el que sostenerse, el Dios que no falla nunca: “Solo me quedas tú, Señor, / el último reducto al que me aferro, / la tabla a la deriva / en el mar tormentoso de este tiempo”. Todo se desmorona en torno al yo poético, en una experiencia de anonadamiento vital, y lo circundan solo escombros de aquello que constituía su entorno existencial. Si el mundo se desploma, el poeta sabe, no obstante, que Dios no se ha ido, y su presencia es anuncio de un encuentro salvador: “A pesar de la noche y sus silencios, / a pesar de que todo suena quieto / de Dios oigo sus pasos que se acercan, / ya me roza su aliento”. Estamos ante una obra que representa la búsqueda personal de lo divino en la tradición de la poesía mística y religiosa.

 

Anely Fundora Moreno, A solas con Dios (Lagundo, Italia). Peregrinaje, restauración, vendimia, intimidad sintetizan el recorrido que la autora hace de su vida en diálogo con el amado. La poesía fluye con sencillez, pero con profundidad, expresada en estrofa variada: sonetos, cuartetos, octavas reales, décima espinela y una muestra amplia de verso libre. Su pluma suplicante, impetrativa, panegírica y profética brota atribulada, en busca de la luz, desde una conciencia marcada por la caída: “Soy la nube y el viento sin la lluvia, / una mujer estéril, en penumbra. / No tengo claridad en las ventanas, / ni escuchan mis oídos tu guitarra”. La actitud del hablante lírico es la de rehabilitarse, por lo que suplica verse sanado, y da a su poesía el dinamismo reiterado de la plegaria: “Moldea mi vasija con tus manos, / hilvana el martirio de sus grietas, / sé el vigía que enciende la linterna / para alumbrar mis trazos”. Todo el poemario es una interpelación al Tú divino, al que se confía el propio ser, la vida entera. De este modo, A solas con Dios es un breviario poético, la crónica de un alma apasionada que quiere vaciarse en el Amado, en una decisión de abandono total.

 

Juan Antonio Ruiz Rodrigo, La voz de tu latido (Ciudad Real, España). Los sonetos de este libro, distribuidos hábilmente alrededor de la observancia de las horas canónicas, despliegan una poesía caracterizada por la dulzura, y labrada con pasión de orfebre. Las imágenes brotan de una única fuente: el amor a Dios, expresado con un verbo encendido, que nunca desfallece. Dios es, con signo evangélico, hontanar, pero también mar que inunda el corazón del poeta. Los versos nos transmiten un sentimiento palpitante, de cordial vibración. La mirada poética se eleva al cielo, ansiosa de horizontes, y la voz lírica se enuncia con acentos de plegaria enamorada: “No me dejes sin voz: ven, resucita; / No acrecientes mi sed, no me condenes, / que hoy mi alma en tu ausencia se marchita”. La tonalidad poética se modula en una dulce ensoñación, que pone el cosmos como testigo: “Me esperarás soñando, dulcemente, / la eterna y renacida primavera; / Vigilará la luna en la frontera / del ocaso desnudo e indiferente”. Cada soneto es un jalón expresivo por el que el alma da cauce al dolor del amor: poesía, en definitiva, luminosa, que unge la conciencia del lector con celestial emoción.

 

María Pilar Martínez Barca, El envés de la cruz (Zaragoza, España). En los poemas iniciales del libro, la autora concibe un diario poético en el que reconstruye su itinerario biográfico desde la infancia. De este modo, aspira a encontrar en los recodos y episodios de la vida personal las huellas de un Dios al que hay que interpretar desde el presente de la edad madura: “La soledad fue impregnando de luz / las pequeñas noches de mi infancia, en aquel cuarto / de ensoñación y juegos, lindante al paraíso”. En el resto del poemario, resuena un acento de honda sinceridad, y la voz lírica, con aliento confesional, se une a Jesús en las horas de la Pasión, con emocionadas paráfrasis evangélicas. Hay una lúcida conciencia del itinerario espiritual que se ha de recorrer, no exento de interrogantes que aspiran a hacer más claro el camino. Poesía de gran dinamismo expresivo, intensidad amorosa, celebrativa y dialogal: “Contigo no bastan las metáforas, / ni un prosaísmo trasnochado. / Son mis labios nombrándote / y tus manos llamándome a la ternura / los que van convocando al sobresalto, / y al relámpago súbito, y a la hoguera”. Sabe combinar bien variados temas bíblicos que sellas su viaje lírico hacia la plenitud: “No hay temores ni fieras que acechen ya la plenitud”.

 

Kelly Johanna Platero Villamil, El encuentro (Bogotá, Colombia). Esta es una poesía proclamada desde el misterio de la oculta presencia divina, que no solo se encuentra como latido profundo en la creación, sino de forma especial en la intimidad personal del hablante lírico. Tal constatación no la proporciona el trueno o el terremoto, sino el murmullo interior que habita el alma. Dios palpita incluso en el habitáculo material de la persona lírica: “Mis átomos / guardan / la memoria de tu tacto”. Es un libro que invita a la contemplación, a la actitud orante, y comparte con el lector el descubrimiento de lo divino, que es una voz que brota desde lo más hondo: “Somos eco / de un canto infinito. / Los prismas / reflejándose / en las horas más oscuras. / Escucha: en esta hoja que cae / se detiene el tiempo”. Estos poemas transmiten, con delicadeza y brevedad, la incidencia de la infinitud en cada instante. La mirada poética se hace extática y se traduce en voz rumorosa para el lector: “Es exactitud / la ternura revelada / en la sonrisa de un niño. / La maravilla / de una noche estrellada / en la aridez del desierto”.

 

María del Carmen Rodríguez Nozal, De la confesión nocturna (Ciudad de México, México). Con un lenguaje sensorial, de imágenes plásticas, este poemario despliega la expresión del amor entre el yo lírico y Dios en dos partes: la primera, acompañada del verso clásico (soneto, décimas, liras, romance…) y la segunda, en verso libre que discurre espontáneo. Se trata de una poesía unitiva, que se articula desde la elección consciente del Tú divino. El alma está situada en la senda de la entrega, y pasa por las distintas coyunturas del camino espiritual. Prevalece la búsqueda y la sed de Dios: “Escribo para llamarte, Amor, escribo / versos perdidos entre los árboles, / para buscarte entre la niebla y mis visiones, / versos como antorchas que llevo entre las manos”. Pero también se expresa el momento dichoso, aunque breve, de la unión: “Un instante de unión con el Amado / es una eternidad y solo al verlo / me sueltan esas ansias de buscarlo”. En suma, el libro plasma el recorrido de un alma asida de la fe, que proclama sin ambages su pasión amorosa por lo celestial: “Disuelta en su dulzura, / en éxtasis, arrobada y abierta / fundida en la frescura / como ave que despierta / de una ensoñación, abrí la puerta”.

 

Carlos Alberto González Varela, Mi voz en tu ribera (Rosario, Argentina). Libro compuesto mayoritariamente de sonetos, en los que la relación con Dios se desgrana en las más variadas formas de la búsqueda religiosa, desde la desolación que causa la ausencia divina, pasando por el desengaño ante la esquiva actitud del Amado, hasta la instantánea alegría que el toque de Dios provoca en el alma, que reclama más hondura. La voz poética se enuncia con una fuerza tal, que se sabe llegará sin demora a la “ribera divina”, de forma que Dios no pueda quedar indiferente: “Empapada mi voz del sentimiento / que sacude la paz de mis arenas, / te llegará cual flecha enajenada”. Esa voz aspira a la regalía del diálogo con Dios, no quiere ser monólogo ni clamor en el yermo: “Mi voz te seguirá, tenlo por cierto, / aunque me adentres en un mar desierto, / aunque me hieras con certero dardo”.  El silencio divino es un misterio que el yo poético quiere descifrar, y no ceja en el empeño ni consiente en ser presa del desánimo. Son poemas de gran fuerza expresiva, de impulso apasionado, que saben alcanzar cotas de belleza mediante un lenguaje sencillo y elegante.

 

Ingrid Zetterberg de Espinoza, Nacida para adorarte (Lima, Perú). El mundo poético de este libro configura un espacio sellado: un jardín, un prado, un paisaje breve y sin habitantes. Es el recinto bucólico en el que la voz poética convoca a Dios para el encuentro amoroso: “¡Cómo anhelo tus ventanas / tus sagradas puertas / mi Señor! / En secreto / alarga tu mano / y llévame a tus prados”. La emoción amorosa ha llevado al yo lírico a la máxima economía, tan solo Dios y el alma, cuyo anhelo es colmarse de la dicha que únicamente la fusión de amor puede procurar. Son versos delicados, breves y susurrantes, que perciben a Dios permanentemente cercano, por lo que hay un espíritu de adviento que recorre los poemas. Dios llega, y su proximidad se asocia, una y otra vez, a un anhelo extático de unión: “condúceme a tu estancia / y lléname / de la eternidad / de tu mirada”. En fin, nos encontramos ante un verso oferente que expresa paz y silencio ante una presencia divina que traspasa toda frontera sensorial como lluvia fuerte, viento impetuoso, música dulce, perfume deleitoso.

 

Eliana Cevallos Rojas, Noventa y seis días y una confesión (Baden, Suiza). El hablante poético choca con una realidad áspera, en la que intuye la amenaza agazapada de la muerte. Su mundo se repliega en el dolor, y hay un sentimiento de desamparo que se hace llanto personal: “Y es que quiero llorar, / quiero un cielo apagado / que comparta mi luto, / mi pena, mi vacío, / mis ojeras interminables”. Este sentimiento agónico viene alimentado no solo por el sufrimiento personal, sino también por la aflicción que se hace solidaria de una humanidad aplastada por la desdicha: “Camino por el quebranto; / me embriaga la soledad, / la tristeza de todos los hombres”. En este camino de espinas, el yo lírico no encuentra alivio alguno, sumido como está en la soledad, en la imposibilidad del abrazo amistoso. Es una poesía para tiempo de crisis, de desamparo existencial, que se interioriza y expresa con un acento de profunda humanidad. La segunda parte del poemario se desarrolla en una clave biográfica que rescata los escenarios infantiles y los asocia a la experiencia de una fe íntima, para sincerarse en versos recios, como esculpidos.

Los finalistas del XXXIX Premio Mundial Fernando Rielo Poesía Mística

Diez obras procedentes de Italia, Panamá y España finalistas del XXXIX Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

 

Las obras:

Terrible ángel de sed, de Miguel Sánchez Robles (Caravaca de la Cruz, Murcia, España);

El alma que me diste, de Antonio Bocanegra Padilla (San Fernando, Cádiz, España);

El Respiro, Tu Espíritu dentro de mí de Theresia Bothe (Partinico, Sicilia, Italia);

El pastor resplandeciente, de Javier Alvarado (Panamá);

Tu presencia es trigal de mi esperanza, de Luis García Pérez (Ciudad Real, España);

Monte de las Bienaventuranzas, de Lucrecio Serrano Pedroche (Albacete, España);

Aspira a lo celeste de Iván Cabrera Cartaya (Tacoronte, Tenerife, España);

Tu clara presencia, de Teresa de Jesús Rodríguez Lara (Santa Cruz de Tenerife, España);

Con los párpados vencidos, de Carlos González García (Fresnedillas de la Oliva, Madrid, España);

Donde nace la sed,  de Beatriz Villacañas Palomo (Boadilla del Monte, Madrid, España)

han sido declaradas Finalistas del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía mística, en este 2019 en su trigésimo novena edición.

Al Certamen, de convocatoria anual, han concurrido 248 obras procedentes de 25 países. Obras donde cada poeta intenta reflejar, plasmar en el arte, la unión de amor con el Absoluto en tal grado que la constante poética evoca, en forma elevadísima, esta mística unión. El poeta místico, contraria- mente al llamado poeta religioso, nunca se preguntará, ni siquiera como recurso estético, por la existencia o no existencia de Dios, lo mismo que nadie se cuestiona la existencia o no existencia del aire que respira. (Bases).

La proclamación de la obra ganadora se realizará en acto público que tendrá lugar en la Pontificia Universidad de Salamanca, el 12 de diciembre de  este 2019.