Mensaje de Jesús Fernández para el XLº Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Roma, 14 de diciembre de 2020.

 

Vaya mi cálido saludo al Señor Rector, Dr. D. Santiago Acosta, y a las autoridades de la UTPL; a los insignes miembros del Jurado, a todas las autoridades eclesiásticas y civiles, a los organizadores del acto y a todos los que están en línea, seglares, sacerdotes y religiosos, que nos han querido acompañar en este acto de entrega del Cuadragésimo Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, que celebramos, a causa de la pandemia que estamos sufriendo, por vía telemática bajo los auspicios de la Universidad Técnica Particular de Loja.

Doy mi felicitación pública y oficial, en nombre de la Fundación Fernando Rielo, al poeta y sacerdote español, Juan Antonio Ruiz Rodríguez, merecedor de este Premio, por su obra galardonada con el título La voz de tu latido. Felicito también al poeta cubano, Julio Estorino, que, con su obra El delirio del barro, se ha hecho acreedor de una mención de honor por los miembros del Jurado.

Me dirijo, asimismo, a los doce poetas finalistas que, por ser elegidos entre los 278 concursantes de 29 países, tienen para la Fundación Fernando Rielo su reconocimiento por parte del Jurado a través del juicio que este ha realizado sobre sus obras y que se ha dado a conocer en la prensa internacional. Nuestro saludo, finalmente, a todos los concursantes —muchos de ellos presentes online en este acto solemne— a los cuales damos las gracias por su esmero en intentar donar y expresar lo mejor de sí mismos mediante el lenguaje de la poesía mística.

Todos ustedes se dan cuenta que este premio no es un premio de poesía propiamente dicha, ni siquiera un premio de poesía religiosa. Es, más bien, un certamen de poesía mística.

Pero, ¿qué decir de la poesía propiamente dicha? «La poesía —afirma Fernando Rielo— se hace poema cuando los múltiples recursos de una lengua se ponen en función de las escogidas imágenes estéticas que evocan la verdad, la bondad y la belleza del llanto del amor»[1].

Demos un paso más de la mano de Fernando Rielo. Si nos referimos a la llamada “poesía religiosa” de los “arraigados” o “desarraigados”, en términos de Dámaso Alonso, esta se fue haciendo y deshaciendo entre modas y autores que, en muchos casos, encontraron en ella efímeros escarceos, veleidades estilísticas o simples recursos más o menos duraderos. Simplificando las cosas, la poesía religiosa se inscribe en dos direcciones que se entremezclan y se entrecruzan: la que tiene, como débil fondo implícito, el júbilo del amor del Cantar de los Cantares y la que asume, culturalmente, la queja del dolor de Job. A la primera le falta el dolor del amor; a la segunda, el amor del dolor.

Sin embargo, «la poesía mística —afirma Fernando Rielo en Diálogo a tres voces— comienza donde termina la poesía religiosa. El referente de la poesía mística es un divino trato personalísimo con la Santísima Trinidad y cuanto puede en esta vida concebirse de una vida eterna, familiar, íntima. La unión mística comporta un estado intrínseco “fuerte”; la unión meramente religiosa quédase solo en un estado intrínseco “débil”». El poeta, si quiere expresar lo que es, no debe quedarse en este estado débil, sino que tiene que rebasar el límite de la supuesta poesía religiosa para, desde una humilde búsqueda de la verdad del hombre, adentrarse en el misterio de la vida del espíritu, ajena a todo profano interés.

Es cierto que el poeta es hijo de su tiempo, pero no debe ser esclavo del mundanal ruido. Ya en 1999, en uno de sus mensajes al Premio Mundial de Poesía Mística, el Fundador del Premio se adelantaba a nuestro tiempo: «Hay en la atmósfera de nuestro vivir contemporáneo una actitud antipoética, antiestética, que, aboliendo el profetismo e intentando destruir la sacralidad humana, vocifera con la maraña del desamor unos supuestos valores que, sin sentido, caminan a la deriva. Se prefiere el olvido de Dios y la inmersión del espíritu, ocultando la exigencia de su generosidad y apertura a un prójimo débil e indigente».

Y es que nos hemos olvidado del amor que define la entraña del ser humano. Platón sentenciaba que “Al contacto con el amor todo el mundo se vuelve poeta”. Y volverse poeta no es otra cosa que expresar mediante el gesto, la sonrisa, la palabra o la pluma, la belleza de la educación y del buen gusto en todas las cosas, aún las más humildes. Afirmaba Dostoievski que “la belleza salvará al mundo”. Y es muy cierto, porque el arte, la poesía, en especial la poesía mística, nos puede librar, en gran medida, de la agresividad, del egoísmo, de la injustica, de la mentira, de la violencia, que son las armas de la destrucción del mundo. La poesía mística, debido a su fuerza oracional, profética y testimonial, es portadora de paz, fraternidad y convivencia en nuestra sociedad contemporánea.

Ha pasado desapercibido, en palabras de Fernando Rielo, “el más grande poeta que ha tenido la Historia”[2]. Este gran poeta es el mismo Cristo, porque lleva a cima la ecuación perfecta del “dolor del amor con el amor del dolor”. Cuánta sangre y cuántas lágrimas derramó Cristo por amor al ser humano. San Agustín llega a exclamar que “Las lágrimas son la sangre del alma”.

El poeta místico está anclado en esta vida entre los dos polos del misterio de Cristo: lágrima y sonrisa, dolor y amor, cruz y gloria, muerte y resurrección. Esta bipolaridad, experiencia vivida por el poeta místico, es el material de construcción, no solamente de la poesía mística, sino también del testimonio más eficaz para una paz estable en el mundo que solo puede conquistarse por el dominio amoroso de sí. El gran novelista francés, Balzac, afirmaba que “El amor no es solo un sentimiento. Es también un arte”. Pero es un arte que resplandece en la sencillez y es eminentemente fecundo porque es fiel a la inspiración.

La experiencia mística del poeta no puede quedar encadenada solamente en formas estereotipadas del labrado estético clásico. La lírica se abre a innumerables formas de expresión de forma y contenido: estilos, hallazgos, sensibilidades… que se deben incorporar al indeleble material de construcción de las nuevas ciudades modernas de la poesía.

Podemos ir terminando con unas palabras de Fernando Rielo: «El Evangelio contiene el código, la lectura genética de la poesía mística. La plenitud del amor divino, encarnado en Cristo, se expresa por medio de las más diversas formas literarias hasta hoy insuperables: la parábola, síntesis de la comparación y metáfora; la doxología, suprema expresión de alabanza y ensalzamiento; el paradigma, ejemplo de narración que incluye la honda sabiduría del proverbio y la sentencia; la parénesis, discurso exhortativo de enseñanza pleno; el himno, la súplica, la acción de gracias, la aclamación, la metáfora, la alegoría… Puedo afirmar que, en la palabra de Cristo, se encuentra la semilla de todas las formas literarias posibles. Mi sentencia para la teología actual y, en general, para la cultura católica y ecuménica, es grave: falta poesía al teólogo, al hermeneuta, al moralista, al creyente»[3].

Cojo al vuelo esta preocupación de quien fue el creador y el impulsor del Premio Mundial de Poesía Mística. Hoy, gracias a Dios, después de cuarenta años de invitación a este Premio, hay, en mi opinión, un crecimiento constante y apreciación mayor hacia la poesía mística, con otros premios surgidos con esta misma sensibilidad. Prueba de ello son las doce obras finalistas, que denuncian una exquisita sensibilidad de la unión del alma con Dios, adobada con el dolor del amor.

Permítanme que me atreva, una vez más, a invitar no solo a los aquí presentes, sino también a todos aquellos a los que pueda llegar esta mi humilde voz, a recrear la naturaleza, la sociedad y el entorno familiar, profesional, religioso, cultural, estudiantil, por medio del arte del amor, cuya sustancia es el buen gusto. Y aquellos que poseen el don de la poesía se dignen elevar a arte la voz orante del espíritu, que es ofrenda, servicio, testimonio y profecía, a imagen de Cristo que, con su vida, dedicó al Padre el mejor de los poemas: dar a todo ser humano sin distinción de edad, raza o condición, la potestad de ser hijo de Dios. Esta filiación, expresión del agustiniano corazón inquieto, es lo que todos los poetas, que quieren serlo, cincelan con el dolor del amor, en el suceso cotidiano, para ser portadores de la gran poesía mística que requiere la paz, la fraternidad y la convivencia de nuestra sociedad contemporánea.

He terminado.

 

 

Fdo.: P. Jesús Fernández Hernández

Presidente del Premio Mundial F. R. de P.M.

 

[1] Mensaje de Fernando Rielo para el XX Premio Mundial de Poesía Mística, NY, año 2000.

[2] Discurso para el X Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, 10 de diciembre de 1990.

[3] Mensaje de Fernando Rielo para el XVI Premio Mundial de Poesía Mística, NY, año 1996.