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Mensaje del presidente

     MENSAJE DEL PRESIDENTE 

D. JESÚS FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ

AL IX PREMIO INTERNACIONAL DE MÚSICA SACRA FERNANDO RIELO

Madrid, 13 de noviembre de 2021

Señoras y señores:

Saludo al Maestro Ignacio Yepes, compositor y director de orquesta y Presidente del Jurado, a los demás miembros del Jurado: Alfredo Vicent, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y concertista de guitarra; José Antonio Esteban Usano, compositor y profesor del Conservatorio Profesional de Música de Cuenca; y Mª Victoria Rullán, Secretaria del Jurado y Directora del Aula de Música de nuestra Fundación; a los cuatro finalistas —Raffaele Esposito (Italia), Nicholas Gotch (Reino Unido), Matteo Magistrali (Italia) y Luis Meseguer Mira (España)— seleccionados entre los 47 compositores, procedentes de Alemania, Colombia, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, Marruecos, México, Noruega, Reino Unido y Venezuela.

Saludo, asimismo, a todos los presentes y, en especial, a los que han intervenido en la realización de este IX Premio Internacional de Música Sacra, establecido por Fernando Rielo, consciente de la enorme crisis que, en general, acucia al arte religioso y al arte auténticamente humano en la sociedad contemporánea.

La crisis del arte, de la que no escapa la música y con ella la música sacra, viene acompañada —según común sentir— por la crisis del pensamiento y la crisis de la práctica religiosa. Sin embargo, ahí está el ser humano, con sus preocupaciones, sus miedos, sus fracasos y sus éxitos, capaz de amar y de hacer el bien, capaz de buscar la verdad, la belleza y la unidad, capaz de compasión y solidaridad en las desgracias que agobian a otros semejantes, sobre todo en estos tiempos de pandemia. Pero el hombre es siempre un ser insatisfecho de lo que hace, siempre intentando asumir o dar sentido al dolor y a la muerte que observa como algo inexorable. La anestesia que le produce un cierto pensamiento débil o relativista, el escepticismo y el hedonismo, nunca podrán borrar su sed de transcendencia y su apertura a la infinitud de un Padre celeste que, amante, siempre le espera y quiere hacerle partícipe de sus inefables bienaventuranzas: convertir las lágrimas del dolor en místico consuelo y transformar la violencia y agresividad del mal en la paz del corazón de quienes, siendo sus hijos, se hacen sus hijos, porque el Verbo les dio poder “de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12).

Recordemos que existen y coexisten, desde tiempos inmemoriales, la “música litúrgica” y la “música religiosa”. La música litúrgica por excelencia ha sido durante siglos el canto gregoriano con el que han competido los ritos orientales y, de modo especial, los occidentales como el vétero-romano, ambrosiano, beneventano, galicano y mozárabe. Esta música litúrgica y religiosa ha aportado valores extraordinarios a la música universal.

Pero, ¿qué es, en realidad, la música sacra según Fernando Rielo? Primero debemos señalar que la música litúrgica y la música religiosa poseen los siguientes caracteres: profético, religioso, litúrgico, cultual, comunitario, cultural. Sus formas musicales son numerosísimas: la Misa, el Réquiem, el Te Deum, el Magníficat, el Stabat Mater, el Oratorio, la Cantata, el Motete, el Salmo, el Himno o el Villancico, entre otras. Destacamos composiciones conocidas como la Missa Solemnis de Beethoven, el Te Deum de Berlioz, el Magnificat de Bach, el Stabat Mater de Pergolesi, los Réquiem de Mozart y de Verdi, el Mesías de Händel, o el Gloria de Vivaldi.

Ahora bien, las propiedades que hemos destacado, y que se encierran, de algún modo, en estas clásicas e inmortales composiciones, vienen potenciadas e incluidas en la concepción mística de la música. Toda música es mística si atendemos a su calidad y universalidad, que residen en la potenciación, aceptación y diálogo. Fernando Rielo afirma que «La música sacra es místico sentir del espíritu humano que expresa su filial comunicación con Dios, invocada en la más cualificada armonía que puede producir la técnica comunicativa del lenguaje musical […]. Toda música es, en este sentido, sacra si el artista con primorosa exigencia moral evita los obstáculos que se ciernen sobre la pureza e inefabilidad de la inspiración».  

Solo el carácter místico, escondido en el misterio de la unión de Dios y el hombre, define la música sacra como acción teantrópica, esto es, expresión estética, por medio del talento o práctica musical, de la acción de Dios en el ser humano con el ser humano.

El Premio Internacional de Música Sacra, apreciando los cánones de la música litúrgica y religiosa, quiere ir más allá, al fondo del corazón del hombre donde toda música, antes de realizarse en sálmica, hímnica, coral o polifónica, es el mismo hombre unido a Dios. No existe ser humano que no posea constitutivamente este “religare”, este unitivo, cuyo término si no es Dios, es —lamentablemente— un sustituto de Dios: un ídolo o una proyección que le oprime, quitándole el ontológico o espiritual oxígeno que necesita para ser persona entre personas.

El ser humano es, ineluctablemente,  un ser místico —lleno de misterio— que, en palabras de Fernando Rielo, viene definido por una constitutiva presencia de Dios que lo inhabita y le otorga su místico patrimonio de hijo. Solo este Padre celeste, lejos de cánones estrechos o de insoslayables prejuicios, es capaz de infundir en el artista la inspiración de una belleza divina para expresar creativamente la unión íntima del ser humano con el Absoluto. «La calidad de la música sacra —afirma Fernando Rielo—, no reducida exclusivamente a lo cultual o litúrgico, consiste en la mayor evocación carismática que, con cultivada técnica, ofrezcan a nuestra sensibilidad los más altos valores espirituales del ser humano».

La música, como todo arte, es comunicación. Pero lo importante en el arte no es lo que se comunica, sino la forma cómo se comunica. La música comunica la vivencia interior mediante el silencio y el sonido, el ritmo y la melodía, pero no se reduce a estos. La música es tensión entre espacio e inmensidad, entre tiempo y eternidad porque Dios, que es inmenso y eterno, entra en el espacio y el tiempo para comunicarse con el ser humano. Dios es música absoluta que, en “silencio sonoro”, como viene a decir Fernando Rielo, desciende al espacio y tiempo para transformar al hombre en música de Dios.

La música debe ser primordialmente ecuménica. Es “casa común” de todas las religiones, mentalidades y culturas; es el verdadero ecumenismo, que se encuentra en el místico patrimonio de un espíritu, dispuesto a recibir la plenitud de la inspiración. Según Fernando Rielo, podemos saber que esta plenitud es auténtica por las siguientes notas: la potenciación del amor y nunca la reducción por el egoísmo; la inclusión del convivium y nunca la exclusión por el individualismo; el diálogo de la comunicación y nunca el monólogo de la rigidez por la intransigencia o fanatismo. La potenciación del amor asume el sacrificio, el servicio, el perdón; la inclusión del convivium es ágape, convivencia, fiesta, celebración; el diálogo de la comunicación es escucha, atención, aceptación, enriquecimiento.

Debo afirmar, finalmente, que Cristo es el músico por excelencia que, acompañando a los discípulos en los himnos (Mt 26,30), revela a la humanidad que su Verbo es música y fuente musical que da vida al espíritu. Su Palabra constituye la celestial música que solo un oído enamorado puede cincelar en mística música sacra. Podemos así afirmar que, si el hombre es música de Dios, Dios es música del hombre.

Mi felicitación a los autores de las obras finalistas, y de modo especial al ganador de este Premio. Les invito a seguir por el camino marcado por el don recibido de la música para ayudar al necesitado ser humano a entrar en ese hermoso aposento de su alma porque, como sentencia Fernando Rielo, «El alma es música / que en el cielo comienza / …y en él culmina».

Un cordialísimo saludo a todos los presentes.

Fdo.: P. Jesús Fernández Hernández

                        Presidente

Mensaje de Jesús Fernández para el XLº Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Roma, 14 de diciembre de 2020.

 

Vaya mi cálido saludo al Señor Rector, Dr. D. Santiago Acosta, y a las autoridades de la UTPL; a los insignes miembros del Jurado, a todas las autoridades eclesiásticas y civiles, a los organizadores del acto y a todos los que están en línea, seglares, sacerdotes y religiosos, que nos han querido acompañar en este acto de entrega del Cuadragésimo Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, que celebramos, a causa de la pandemia que estamos sufriendo, por vía telemática bajo los auspicios de la Universidad Técnica Particular de Loja.

Doy mi felicitación pública y oficial, en nombre de la Fundación Fernando Rielo, al poeta y sacerdote español, Juan Antonio Ruiz Rodríguez, merecedor de este Premio, por su obra galardonada con el título La voz de tu latido. Felicito también al poeta cubano, Julio Estorino, que, con su obra El delirio del barro, se ha hecho acreedor de una mención de honor por los miembros del Jurado.

Me dirijo, asimismo, a los doce poetas finalistas que, por ser elegidos entre los 278 concursantes de 29 países, tienen para la Fundación Fernando Rielo su reconocimiento por parte del Jurado a través del juicio que este ha realizado sobre sus obras y que se ha dado a conocer en la prensa internacional. Nuestro saludo, finalmente, a todos los concursantes —muchos de ellos presentes online en este acto solemne— a los cuales damos las gracias por su esmero en intentar donar y expresar lo mejor de sí mismos mediante el lenguaje de la poesía mística.

Todos ustedes se dan cuenta que este premio no es un premio de poesía propiamente dicha, ni siquiera un premio de poesía religiosa. Es, más bien, un certamen de poesía mística.

Pero, ¿qué decir de la poesía propiamente dicha? «La poesía —afirma Fernando Rielo— se hace poema cuando los múltiples recursos de una lengua se ponen en función de las escogidas imágenes estéticas que evocan la verdad, la bondad y la belleza del llanto del amor»[1].

Demos un paso más de la mano de Fernando Rielo. Si nos referimos a la llamada “poesía religiosa” de los “arraigados” o “desarraigados”, en términos de Dámaso Alonso, esta se fue haciendo y deshaciendo entre modas y autores que, en muchos casos, encontraron en ella efímeros escarceos, veleidades estilísticas o simples recursos más o menos duraderos. Simplificando las cosas, la poesía religiosa se inscribe en dos direcciones que se entremezclan y se entrecruzan: la que tiene, como débil fondo implícito, el júbilo del amor del Cantar de los Cantares y la que asume, culturalmente, la queja del dolor de Job. A la primera le falta el dolor del amor; a la segunda, el amor del dolor.

Sin embargo, «la poesía mística —afirma Fernando Rielo en Diálogo a tres voces— comienza donde termina la poesía religiosa. El referente de la poesía mística es un divino trato personalísimo con la Santísima Trinidad y cuanto puede en esta vida concebirse de una vida eterna, familiar, íntima. La unión mística comporta un estado intrínseco “fuerte”; la unión meramente religiosa quédase solo en un estado intrínseco “débil”». El poeta, si quiere expresar lo que es, no debe quedarse en este estado débil, sino que tiene que rebasar el límite de la supuesta poesía religiosa para, desde una humilde búsqueda de la verdad del hombre, adentrarse en el misterio de la vida del espíritu, ajena a todo profano interés.

Es cierto que el poeta es hijo de su tiempo, pero no debe ser esclavo del mundanal ruido. Ya en 1999, en uno de sus mensajes al Premio Mundial de Poesía Mística, el Fundador del Premio se adelantaba a nuestro tiempo: «Hay en la atmósfera de nuestro vivir contemporáneo una actitud antipoética, antiestética, que, aboliendo el profetismo e intentando destruir la sacralidad humana, vocifera con la maraña del desamor unos supuestos valores que, sin sentido, caminan a la deriva. Se prefiere el olvido de Dios y la inmersión del espíritu, ocultando la exigencia de su generosidad y apertura a un prójimo débil e indigente».

Y es que nos hemos olvidado del amor que define la entraña del ser humano. Platón sentenciaba que “Al contacto con el amor todo el mundo se vuelve poeta”. Y volverse poeta no es otra cosa que expresar mediante el gesto, la sonrisa, la palabra o la pluma, la belleza de la educación y del buen gusto en todas las cosas, aún las más humildes. Afirmaba Dostoievski que “la belleza salvará al mundo”. Y es muy cierto, porque el arte, la poesía, en especial la poesía mística, nos puede librar, en gran medida, de la agresividad, del egoísmo, de la injustica, de la mentira, de la violencia, que son las armas de la destrucción del mundo. La poesía mística, debido a su fuerza oracional, profética y testimonial, es portadora de paz, fraternidad y convivencia en nuestra sociedad contemporánea.

Ha pasado desapercibido, en palabras de Fernando Rielo, “el más grande poeta que ha tenido la Historia”[2]. Este gran poeta es el mismo Cristo, porque lleva a cima la ecuación perfecta del “dolor del amor con el amor del dolor”. Cuánta sangre y cuántas lágrimas derramó Cristo por amor al ser humano. San Agustín llega a exclamar que “Las lágrimas son la sangre del alma”.

El poeta místico está anclado en esta vida entre los dos polos del misterio de Cristo: lágrima y sonrisa, dolor y amor, cruz y gloria, muerte y resurrección. Esta bipolaridad, experiencia vivida por el poeta místico, es el material de construcción, no solamente de la poesía mística, sino también del testimonio más eficaz para una paz estable en el mundo que solo puede conquistarse por el dominio amoroso de sí. El gran novelista francés, Balzac, afirmaba que “El amor no es solo un sentimiento. Es también un arte”. Pero es un arte que resplandece en la sencillez y es eminentemente fecundo porque es fiel a la inspiración.

La experiencia mística del poeta no puede quedar encadenada solamente en formas estereotipadas del labrado estético clásico. La lírica se abre a innumerables formas de expresión de forma y contenido: estilos, hallazgos, sensibilidades… que se deben incorporar al indeleble material de construcción de las nuevas ciudades modernas de la poesía.

Podemos ir terminando con unas palabras de Fernando Rielo: «El Evangelio contiene el código, la lectura genética de la poesía mística. La plenitud del amor divino, encarnado en Cristo, se expresa por medio de las más diversas formas literarias hasta hoy insuperables: la parábola, síntesis de la comparación y metáfora; la doxología, suprema expresión de alabanza y ensalzamiento; el paradigma, ejemplo de narración que incluye la honda sabiduría del proverbio y la sentencia; la parénesis, discurso exhortativo de enseñanza pleno; el himno, la súplica, la acción de gracias, la aclamación, la metáfora, la alegoría… Puedo afirmar que, en la palabra de Cristo, se encuentra la semilla de todas las formas literarias posibles. Mi sentencia para la teología actual y, en general, para la cultura católica y ecuménica, es grave: falta poesía al teólogo, al hermeneuta, al moralista, al creyente»[3].

Cojo al vuelo esta preocupación de quien fue el creador y el impulsor del Premio Mundial de Poesía Mística. Hoy, gracias a Dios, después de cuarenta años de invitación a este Premio, hay, en mi opinión, un crecimiento constante y apreciación mayor hacia la poesía mística, con otros premios surgidos con esta misma sensibilidad. Prueba de ello son las doce obras finalistas, que denuncian una exquisita sensibilidad de la unión del alma con Dios, adobada con el dolor del amor.

Permítanme que me atreva, una vez más, a invitar no solo a los aquí presentes, sino también a todos aquellos a los que pueda llegar esta mi humilde voz, a recrear la naturaleza, la sociedad y el entorno familiar, profesional, religioso, cultural, estudiantil, por medio del arte del amor, cuya sustancia es el buen gusto. Y aquellos que poseen el don de la poesía se dignen elevar a arte la voz orante del espíritu, que es ofrenda, servicio, testimonio y profecía, a imagen de Cristo que, con su vida, dedicó al Padre el mejor de los poemas: dar a todo ser humano sin distinción de edad, raza o condición, la potestad de ser hijo de Dios. Esta filiación, expresión del agustiniano corazón inquieto, es lo que todos los poetas, que quieren serlo, cincelan con el dolor del amor, en el suceso cotidiano, para ser portadores de la gran poesía mística que requiere la paz, la fraternidad y la convivencia de nuestra sociedad contemporánea.

He terminado.

 

 

Fdo.: P. Jesús Fernández Hernández

Presidente del Premio Mundial F. R. de P.M.

 

[1] Mensaje de Fernando Rielo para el XX Premio Mundial de Poesía Mística, NY, año 2000.

[2] Discurso para el X Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, 10 de diciembre de 1990.

[3] Mensaje de Fernando Rielo para el XVI Premio Mundial de Poesía Mística, NY, año 1996.

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