Pensamiento

8) El lugar metafísico de los dos seres personales es el indicativo de una definición «bien formada» de vida absoluta, porque ésta adquiere el significado genético de que [P sub uno] es el origen de [P sub dos], esto es, [P sub dos] es la réplica de [P sub uno] porque [P sub uno] transmite todo su carácter genético a [P sub dos]. Razón: [P sub dos] es el gene de [P sub uno] porque el gene de [P sub uno], siendo realmente distinto de [P sub uno], es nueva persona divina [P sub dos]. El gene de [P sub uno] o se identifica con [P sub uno] o es realmente distinto: si se identifica con [P sub uno], se incurre en la identidad [P sub uno] es [P sub uno]; si es realmente distinto, el gene es nueva persona divina, esto es, [P sub dos].

9) La concepción genética del principio de relación es, racionalmente, de dos seres personales que, realmente distintos, constituyen, en inmanente complementariedad intrínseca, única concepción genética de la naturaleza, de la sustancia, de la esencia. La inmanente complementariedad intrínseca significa, confirmando los lugares metafísicos [«sub uno», «sub dos»], que todo lo que es [P sub uno] es en [P sub dos], todo lo que es [P sub dos] es en [P sub uno] en tal grado que, extasiándose entre sí las personas divinas, constituyen único amor, única esencia: nada transciende y nada es extrínseco a los dos seres personales divinos en inmanente complementariedad intrínseca. La forma genética de esta pericóresis tiene enunciado preciso: todo el carácter genético de [P sub dos] es de [P sub uno] bajo la razón de Padre [«el Padre engendra al Hijo»]; todo el carácter genético de [P sub uno] es de [P sub dos] bajo la razón de Hijo [«el Hijo es engendrado por el Padre»]. «Ser +» es fórmula simbólica expresada por el enunciado «el ser tiene gene», que, a su vez, adquiere el sentido singular «[P sub dos] es el gene de [P sub uno]. Este enunciado es, aplicando las características metódicas del principio, transformable en los enunciados: «[P sub uno] engendra a [P sub dos], [P sub dos] es engendrado por [P sub uno]».

Hemos visto el ámbito racional de la concepción genética del principio de relación. Pero, según Rielo, el modelo puede visualizarse en los dos ámbitos: a) racional y b) revelado.

a) El primero es el ámbito deificans, ecuménico o de la intelligentia creentia formata, que, con razón de suficiencia, viene modelado por el axioma consistente, completo y decidible, de dos y sólo dos seres personales [P sub uno en inmanente complementariedad intrínseca con P sub dos], que se constituyen en único sujeto absoluto: no menos de dos seres personales porque habríamos quedado otra vez incursos en la identidad; no más de dos seres personales porque un tercer ser personal es, racionalmente, un excedente metafísico.

b) El segundo es el ámbito transverberans, cristológico o de la intelligentia fide formata, que, con razón de satisfacibilidad, viene modelado por el axioma consistente, completo y decidible, de tres y sólo tres seres personales [P sub uno en inmanente complementariedad intrínseca con P sub dos, en inmanente complementariedad intrínseca con P sub tres], que se constituyen en único sujeto absoluto: no menos de tres seres personales porque la revelación de Cristo, afirmando de sí mismo ser [P sub dos] confirma, a su vez, un tercer ser personal [P sub tres] llamado «Espíritu Santo»; no más de tres seres personales porque la ingenitudo generans de [P sub uno] impide a priori un antecesor [P sub cero] de [P sub uno] y la ingenitudo ingenerans de [P sub tres], réplica de la ingenitudo generans de [P sub uno], impide a priori un sucesor [P sub cuatro] de [P sub tres].

La primera consecuencia que se sigue de la concepción genética del principio de relación es que no existe, en virtud de su carácter tautológico, el monoteísmo absoluto unipersonalista o impersonalista. Esta concepción visualiza: en el ámbito de una creencia «bien formada», el monoteísmo binitario; en el ámbito de una fe «bien formada», el monoteísmo trinitario. Tanto la Binidad como la Trinidad, que parecen incompatibles con las grandes religiones monoteístas por su creencia en único ser divino, pueden ser admitidas, en especial la Binidad, de un modo culto por los indicios que presentan estas mismas religiones. ´No cabe duda alguna –decía Wilhelm Wundt, aunque en otro contexto– de que un monoteísmo absoluto no se da propiamente sino en filosofía, y de que, en la religión popular, ni aun en el pueblo de Israel ha existido un monoteísmo estrictoª (Elementos de psicología de los pueblos (1912). Sin embargo, la atribución a la filosofía de la invención del monoteísmo absoluto no tiene otra razón que la del vicio intelectual y existenciario de la identidad en los sistemas filosóficos.

La primera manifestación ad extra del Sujeto Absoluto es la aniquilación a priori del vacío de ser en cuanto vacío de ser. Esta ruptura a priori de la identidad de lo-que-no-es-el-Sujeto-Absoluto es, para F. Rielo, la genetica possibilitas ad extra; en ningún caso, puede afirmarse el absurdo de la nada absoluta o nihilismo. Es aquí donde halla su objeto la metafísica matemática y el carácter transcendental de las ciencias que estudian lo-que-no-es-el-Absoluto pero no es «sin-el-Absoluto». Por eso, Rielo considera que la concepción genética del principio de relación puede dar soporte transcendental a todas las ciencias, pero éstas tienen su campo propio, de tal modo que resultarían pequeñas ciencias que, con sus propias leyes y fenómenos, versarían sobre «lo que no es Dios» sin oponerse a Dios, que es quien sólo puede tener visión absoluta o divina de todas y cada una de las ciencias. La visión humana, a imagen y semejanza de la visión divina, es participativa, pero, deprimida por el pecado original, sólo puede conseguir este conocimiento, y de modo relativo, no sin la aptitud y el esfuerzo humanos e independientemente de la actitud moral que posea el hombre. Esto viene corroborado por la revelación: si nos referimos al esfuerzo, «Trabajarás la tierra con fatiga… comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gén 3, 17-19); si nos referimos a la no condicionalidad de la actitud moral, «Dios hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Concluye, por eso, Rielo que, a pesar de los miles de años que pasen por estas ciencias, nunca el hombre podrá adquirir una visión absoluta o metafísica de sus objetos. Radica aquí una concepción dinámica del misterio: nuestra visión posee dos límites: límite formal o reductivo, la dura condición de los sentidos internos y externos; límite transcendental o potenciativo, la apertura al infinito de nuestra inteligencia, formada por la creencia sub ratione creationis y por la fe sub ratione redemptionis.